Echale la culpa al pronóstico

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Agua en exceso, sequía incipiente, sequía moderada, sequía grave, sequía record, temporal, temporal… temporal record, y sigue…

Desde septiembre hasta mayo el tiempo estuvo en boca de todos, ni hablar de los productores agropecuarios. En el momento del año que los ojos miran al cielo, todo pasó.

El título de la gran estrella meteorológica del año se lo disputan la impresionante sequía del verano y el inédito temporal del otoño (inédito por su extensión).

La campaña prometía ser relativamente tranquila. Los principales pronosticadores del país preveían una temporada con lluvias apenas bajo la media, pero con una tormenta importante por mes. Estos factores sumados a la gran reserva de agua en el perfil del suelo, producto de otoño e invierno previos muy lluviosos, hacían esperar una cosecha de muy buena a excelente.

Pero si hay algo interesante que aún tiene el clima y la meteorología es “el grado de error”. Nada está dicho antes de un evento. El grado de error es la posibilidad de falla que tiene un pronóstico. El mismo es bajo en una estimación a 48 o 72 horas, es mayor cuando se hace a una semana y va creciendo a medida que los tiempos se alargan. Los pronósticos a mediano plazo (de tres a seis meses) no se hacen sólo con las variables locales que pueden influir en las próximas 48 horas. Para elaborarlos se recurre a datos globales como presencia o no de un evento Niño, actividad del anticiclón del Atlántico, temperatura del agua de mar, etc. O sea, juegan factores a nivel planetario y no solo regionales. Por eso es que lo que se arriesga en esas previsiones son tendencias y no precisiones. Podemos recibir un informe: “Lloverá apenas encima de la media en la provincia de Buenos Aires”, pero no un dato como en “Pehuajó lloverán en diciembre 150 mm y En Chacabuco 225”. Esa precisión que algunos demandan hoy no existe, por lo que la interpretación de estos anuncios deben hacerse con cautela.

Tanto la gran sequía de 2008-09 como la reciente no pudieron ser “vistas” previamente por los pronosticadores. Las perspectivas apuntaban a lluvias por debajo de la media pero nadie estimó sequías de tal magnitud. Es difícil en un pronóstico de mediano plazo anunciar eventos extremos, el mismo es sólo orientador, y así lo debemos tomar. Y esa predicción es regional, nunca local.

Es importante contar con un pronóstico confiable, pero también cada uno de nosotros debemos saber el grado de error al que el mismo está expuesto. A la hora de planificar y tomar decisiones productivas para un año completo hay que darle al pronóstico el lugar que merece. Algunos lo esperan  como un gran dios para planificar todo, y es solo una pequeña parte. Muchos quieren saber cuánta agua van a tener, pero no saben cuánta ya tienen, quieren saber lo que va a llover en el verano sin tener en cuenta lo que llovió en primavera, o mirar cada año en particular sin saber cómo es la historia del clima en dicho lugar.

La sequía ha dejado algunas enseñanzas. Las reservas de agua que cada tipo de suelo puede almacenar hicieron la diferencia cuando las lluvias no estuvieron. Saber qué suelos cuentan con esa reserva es tan fácil como hacer una calicata (un pozo) en cada campo que se va a sembrar. Y de esa manera conocer su capacidad de almacenaje de agua y la profundidad de la napa. Todo esto es más importante que el pronóstico que cada año se espera como un oráculo de la salvación.

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