El otoño en el campo es la estación donde se comparten las campañas, la que termina y la que comienza. A veces el comportamiento del tiempo en este período puede favorecer a una y perjudicar a otra.
Lluvias de otoño suelen complicar el avance de cosecha, pero a su vez, el agua acumulada en estos meses, determina la suerte de los cultivos de invierno y el comienzo de los de verano. Un otoño seco, significa arrancar sin reservas y que el año dependerá de las lluvias de cada mes, y en general en los meses fríos (salvo el año pasado) estas son escasas.
Un otoño seco permite cosechas rápidas, eficientes, con escasos contratiempos. Los campos quedan sin huellas, perfectos para la campaña que comienza, pero frecuentemente es “un engaño a los ojos”. Detrás de esa perfección suele esconderse un suelo con un perfil deficitario en humedad.
Marzo, abril y mayo son los tres meses para acumular el agua que se usará a lo largo del invierno y comienzo de primavera.
El promedio de lluvia de estos tres meses es de 305 mm. El otoño, a diferencia de la primavera, ha mantenido sus registros con tendencia estable en los últimos 65 años. Sus extremos de dieron en 1993 con una marca de 768 mm, y 1972 con apenas 48 mm. Tampoco registra la señal Niño o Niña como responsable de su comportamiento. Los años con mayores lluvias en los otoños han sido los denominados “neutros”.
El otoño parece una estación inocente desde el punto de vista climático, pero no olvidemos, que las principales tormentas convectivas que en la pampa húmeda han causado estragos en los últimos años, siempre ocurrieron en otoño. A saber, Buenos Aires 1985, Pergamino 1995, Santa Fe 2003 y La Plata 2013.
Desde el punto de vista de sus temperaturas y sus vientos, es sin duda, la estación más agradable, pero esa generosidad no siempre es gratis…